¿Te gusta el teatro? Aquí podrás encontrar toda la información sobre todas las actividades relacionadas con el teatro organizadas por la Universidad Rey Juan Carlos. Bienvenido. Esperamos que lo disfrutes.

Hay una...
"OVEJA PERDIDA"
en la Cuarta Pared


INFO:

https://www.cuartapared.es/project/oveja-perdida/?utm_source=Sala+Cuarta+Pared+-+NUEVO&utm_campaign=f813bb2f11-MailChimp+OVEJA+PERDIDA&utm_medium=email&utm_term=0_-c790276aa3-%5BLIST_EMAIL_ID%5D

ENTRADAS A 7€:

entradas.com

CRÍTICA DE VÍCTOR MENDOZA:

OVEJA PERDIDA

 

¿Repetimos?

 Era una de las preguntas que adoraba que me hicieran cuando era niño, sobre todo si acababa de comer natillas o leche frita, que son cosas que ya no existen en mi mundo como nunca existieron las vacaciones en yate de lujo. En la tierna infancia de mis hijos se hicieron famosos Los teletubbies. Llegado el momento indefectiblemente preguntaban a coro: ¿repetimos? Y ante el asombro de los papás y las mamás, los teletubbies repetían plano a plano lo que acababan de contar unos minutos antes; como el Quijote de Pierre Menard no calcado al de Cervantes, sino vuelto a elucubrar. Me parecía una atrocidad televisiva, pero a mis hijos les parecía perfecto.

 Esto es lo que pasa en OVEJA PERDIDA (cuyo subtítulo, ven sobre mis hombros que hoy no sólo tu pastor soy sino tu pasto también, deja de ser disparatadamente largo para entrar en la provocación). Llegado un insospechado instante de la representación se procede a repetir lo representado. Y una vez vuelto al inicio abordamos un desenlace tan poco convencional como el resto de la pieza.

 Los griegos (ay, los griegos) lo inventaron todo en el teatro (lo vengo diciendo) y ya ellos lo hacían en cualquier sitio, no sólo en los recintos sagrados, sobre cualquier tema y con cualquier cosa (me refiero al teatro, pero al sexo también). No se trata de reinventar nada: se trata de pensar y, sobre todo, actuar.

 ¿De qué trata la OVEJA PERDIDA?

 Pues qué buena pregunta. ¿Y de qué trata la vida? La respuesta es innecesaria. Pero puestos a darla podemos buscar la sencilla o la complicada.

 Primero, la entrada no es numerada, lo que me provoca inquietud. Segundo, no hay sillas. Te dicen que puedes moverte por donde quieras, que casi eres parte del espectáculo. Esto lo que pasa cuando te dan libertad, que no sabes qué hacer con ella. No creo que todos tengamos una versión “angelito” y otra “demonio”, susurrándonos al oído. Yo al menos tengo una versión “tío vago” y otra “entusiasta”. El “tío vago” es además miedoso y desconfiado y tiende a decir “no siento nada”. El entusiasta es menos conformista, prefiere preguntar ¿y ahora qué? o ¿por qué no? Como los gemelos que interpretaba Nicholas Cage en El ladrón de orquídeas, película en la que el guionista Charlie Kaufman se autorretrataba. Viene al caso porque durante la obra se menciona su obra Synecdoche New York. Y esto del absurdo y la repetición y el preguntarse qué nos han querido contar ya se vio en El año pasado en Marienbad y en tantas otras piezas y parece obsesionar a Kaufman lo mismo que a los creadores de OVEJA PERDIDA.

 Entras y los actores están llevando a cabo tareas cotidianas en una especie de lugar de trabajo extraño y un poco agobiante. Tratan de integrar discretamente al público porque está tan cerca que es imposible no hacerlo. Uno de ellos me cuenta: “Estamos trabajando, aunque no lo parezca”, lo que resulta contradictorio porque en ese instante juega al ping-pong. Cuando otro dice “Dios, Dios, Dios, Dios…” todo empieza y nos llevan por una intrincada red de diálogos a ritmo trepidante como cada jornada de trabajo. No hay pausa. Si quieres tomarte algo (unas pringles, un plátano) hazlo mientras sigues tecleando. Si quieres ligar aprovecha cualquier momento. Si sientes que te está dando un infarto díselo a tu compañero en lugar de al médico. Caen ellos también en la tentación de definirse casi filosóficamente mandando audios de whatsapp a nadie sin darse cuenta de que una compañera les ha sustituido el móvil por una raqueta de ping-pong.

 Por los dioses griegos, ¿de qué va OVEJA PERDIDA? ¿Adónde nos lleva ese vertiginoso diálogo? ¿Está estableciendo intensas conexiones entre unos personajes deliberadamente poco definidos que al final van a converger en una irrefutable conexión? Nada de eso. OVEJA PERDIDA es una alegoría sobre la vida misma, con diálogos contextualizados y casi realistas, pero absurdos. Y cuando estamos a punto de llegar al clímax, de repente, REPETIMOS (“Dios, Dios, Dios, Dios…”). Y recordamos todo ligeramente más resumido, como esos programas de la tele hechos de gente normal contando su peripecia que el editor abrevia prescindiendo de las humanas divagaciones y los miedos escénicos para dejar sólo lo que en verdad quieren decirnos. En esta parte “repetida” se permiten algunos matices: algunas mentiras de antes se convierten en verdades; si antes dijeron la verdad, ahora prefieren mentir. Hay matices y los matices a veces son importantes, pero otras nos engañan.

 La moraleja aparece escrita en un papel cutre en la manifestación final. Ya sé que el trabajo es normalmente alienante y la vida decepcionante, pero no hace falta que escribas el mensaje. Shakespeare nunca dijo que Macbeth fuese abyecto, o que Hamlet fuese un héroe (a mí siempre me pareció un desquiciado). Le sobra la moraleja y le falta un puntito más de emoción, pero nada es como tú deseas que sea. Para disfrutar de OVEJA PERDIDA, controvertida, febril y provocadora, hay que dejarse llevar y digerir lo que propone, tampoco es tan difícil.

 Me quedo con ganas de saber más de Brai Kobla, autor y director. A mí su propuesta realista pero absurda me llega y me hace pensar, que es lo que adoro que pase cuando voy al teatro. Pero entiendo que haya quien la odie. Trata de la vida, del quehacer vital que nunca imaginamos cuando éramos niños y los mayores nos contaban que el porvenir era fascinante. De los afectos contradictorios porque no sabemos si deseamos ser amados o estar solos pero libres; si nos vemos amando a Julieta, o a Dulcinea, o a la que se sienta al lado mismamente. De la existencia que va pasando entre muchos días iguales de años parecidos permitiendo que las fronteras entre lo público y lo íntimo se diluyan. Sin otoños, ni primaveras; diferenciando únicamente si estamos en invierno o en verano por el susurro del aire acondicionado.