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UNA CRÍTICA

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   Cuentan que el Cielo es como un parque de atracciones o al menos es lo que yo imaginaba de pequeño. De mayor, cuando comencé a comprender un poco más los resortes de mi especie, supe que de entre todas las atracciones, la única que tiene una cola kilométrica es aquella en la que solo hay un ventanal que mira al infierno. Desde allí los salvados contemplan cómo sufren los condenados. De alguna manera lo que mola cuando compras una entrada de teatro es eso, recrear aquella atracción. Locos de contento es el retrato de un matrimonio a la argentina. ¿Recuerdan aquella peli? Matrimonio a la italiana de Sofía y Marcelo, pues esto parecido pero cruzando el charco y nunca mejor dicho porque el charco que nos separa de Argentina es pequeñito. Luego coges el avión y no, y te sorprende que tardes tanto.

 El matrimonio sabe que hubo tiempos mejores y vive la crisis mundial como si fuera una crisis personal (e intransferible), como si fuera a durar ya siempre; como vivimos los tiempos de vacas gordas; como lo vivimos todo en esta vida, que no miramos más allá ni allá nos maten. Hablan de la crisis pasada, la que había antes de la "recuperación"; la que hay, vamos. Tienen miedo a perder lo poco que les queda, que debe ser la casa. Intuimos que el texto refirió, cuando fue escrito, aquella crisis argentina del corralito. Todos nos enteramos. No me pareció necesario llevarlo hasta aquí, a nuestros días. 

Los seres humanos podemos soportar las peores penurias, pero unas mejor que otras. Lo que peor llevamos es venir a menos porque siempre fuimos como la lechera; tenemos, pero queremos más, y más, y la mano se nos va hacia arriba como un ascensor recorriendo pisos. Y cuando en lugar de subir pisos los bajamos, no bajamos pisos: directamente nos venimos abajo. Lo que pasa es que no siempre somos conscientes de lo que nos sucede. O no siempre queremos ser conscientes. Él sí, ella no. Ella no quiere; él no querría.


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 Miras la escenografía sin apenas luz, antes de que empiece todo, y piensas en un cómic. Luego te cuentan que la cosa era pretendida (yo no habría insistido tanto, es mejor que lo deduzcamos nosotros). El cómic es de esos a lapicero, porque todo es blanco o negro, si acaso gris. Ella se pintará los labios de rojo y se pondrá una gargantilla roja. Saldrá y volverá con un vestido blanco y negro pero con zapatos rojos y él se pondrá un pantalón negro y una camisa blanca pero la corbata (que nunca llega a anudar bien) es roja. Es que un senador viene a cenar. Un senador: remota oportunidad de volver a ser lo que fueron. 

 Más que un tebeo, la cosa se me antoja una tira de esas que llaman cómicas porque las leemos con desenfado aunque los personajes nunca hablaron tan en serio. Me pareció más Quino, con esas sombras que son rayitas a lápiz: a más rayitas, menos luz. Pero no Mafalda; es más como aquel “Gente en su sitio” en cuya portada un tipo dormía dentro de una maleta. Y como en aquellas tiras tú te vas riendo, te vas desternillando. Y luego sientes un poco de vergüenza por reírte de la desgracia ajena, de la incomunicación, de la desesperanza. De todas esas cosas hablan, pero para ellos servirá de nada. A nosotros nos servirá para reír aún más.

 Él sabe lo qué les pasa, lo sabe perfectamente, pero se siente impotente, a todos los niveles. Ella es como Marilyn en Misfits (la peluca dorada no es casual, es otra licencia dentro del blanco y negro, Misfits era en blanco y negro pero Marilyn seguía teniendo el pelo dorado). Ella cabalga hacia el horizonte como una loca, sin deparar en que a lo peor (o a lo mejor) entre ella y el horizonte tal vez se abra el Gran Cañón. Luego hay una pistola. Negra (si acaso gris). Y ya se sabe que las carga el diablo. O, peor, en manos de un chimpancé la cosa puede llegar a ser hasta impredecible.


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 El texto de Jacobo Langsnier es excelente y nada pretencioso. Desde la sencillez de una conversación marital los personajes no pierden la oportunidad de soltarnos alguna de esas que luego nos dan que pensar. Los actores echan el resto. Gabriel Tortarolo carga con todo el peso del drama y nos lleva y sufre y no pretende que nos riamos pero nos reímos, me río ahora que lo recuerdo. Hay algo de clown en su forma de mirar. Y de moverse. Camila Bertone es sencillamente espectacular. Al lado de una mujer así uno piensa que no se puede entrar en crisis jamás. Pero la belleza y el saber hacer siempre tuvieron fecha de caducidad. Sólo hay que esperar el tiempo suficiente. La alternativa es morir joven y asegurarse así un bonito cadáver. Permítanme que, a fecha de hoy, siga prefiriendo la otra opción.

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