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Tócala otra vez, Woody

El viernes estuve en el teatro para ver una fantástica comedia que, a pesar de la veteranía que ineludiblemente va atesorando (el texto original es de 1968), no deja de estar de plena actualidad. El planteamiento es simple: Allan Felix, un neurótico crítico de cine, es abandonado por su mujer (Nancy, que no aparece en escena salvo al otro lado de un teléfono); Linda y Frank (en la versión original, Dick), una pareja amiga, intentan ayudarle a superar el duelo tratando de conseguirle una nueva pareja. En ese recorrido Allan se da cuenta de dos cosas: una, que Frank no trata como se merece a Linda; y dos, que él querría tratarla de aquella manera. El desenlace, como no podía ser de otra forma, incluye lío entre Allan y Linda y reconciliación entre Linda y Frank.

Como verán los lectores, nada nuevo bajo el sol; si no es porque la historia tiene más de cuarenta años y porque la maestría de Woody Allen hace que no pases un minuto aburrido en el Infanta Isabel. El autor no para de reírse de sus propios complejos, que también forman parte del inventario particular de más de uno y más de dos, y diseña un antihéroe por el que uno no sabe si tener compasión, mofarse o estremecerse. También rescata a Humphrey Bogart – Rick Blaine- como parte de la enfermiza imaginación del protagonista. Escenas como el primer encuentro entre Allan y Linda o la visita al museo, son para enmarcar. La estructura, el ritmo, los diálogos… Sencillamente delicioso.



El montaje no pasará a la historia por una escenografía brillante, que tampoco necesita ni se echa de menos; ni por unos efectos especialmente cuidados, que están dentro de la misma categoría. No es esto lo que constituye el yang de esta historia. Sin duda lo menos cautivador procede del mundo de las comparaciones, que siempre son odiosas, y de un hecho incuestionable: nadie interpreta a Woody Allen como Woody Allen. Por mucho que a Luis Merlo le calcen unas gafas de pasta oscura y una ropa amplia, por mucho que le hagan hablar artificialmente rápido (hasta el punto de trabarse, lo que hace difícil seguir el diálogo), por mucho que se empeñen en acercarle al genio neoyorquino, no lo es. Sin lugar a dudas su interpretación está llena de esfuerzo (quizá demasiado), hasta el punto de sobreactuarla. Imagino el número de horas invertidas en pulir hasta el más mínimo detalle una actuación que, sin embargo, defraudará a los seguidores (me cuento entre ellos) de Sueños de Seductor (¿alguién sabrá como Play it again, Sam encontró tan original traducción para el film que llegó a España en 1973?). María Barranco, con una interpretación más personal y con un papel quizá algo menos complejo, no me hizo echar tanto de menos a Diane Keaton aunque quizá tampoco vendría mal un poco menos de sobreactuación. El resto de personajes, con papeles más sencillos y menos centrales, están a la altura de lo que se espera, con una intervención notable de José Luis Alcobendas en el papel de Frank/Dick.

Si después de leer estas líneas tienes alguna duda de si ir o no al Infanta Isabel, mi recomendación es que no pierdas la oportunidad de hacerlo porque pasarás un rato divertido, disfrutando de una historia que merece la pena y que está contada maravillosamente. Y aunque la interpretación no sea tan buena como la de Woody, verás que la historia te compensará con creces.


Leonardo Zélig



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